En las entrañas del laberinto, donde la luz nunca alcanza y las sombras parecen cobrar vida, el aire se mastica con el sabor de la muerte. Cada rincón está impregnado de un silencio inquietante, roto solo por el eco de pasos que se acercan. Allí, en el corazón de la oscuridad, el Minotauro espera. Su figura imponente, una amalgama de fuerza bruta y ferocidad ancestral, es más que un simple guardián; es el símbolo de un destino inevitable. No hay descanso ni piedad para él, solo la interminable tarea de proteger su dominio y enfrentarse a aquellos que osan desafiarlo.
Técnica y medida: Pintura al óleo sobre lienzo (60 cm x 60 cm)